El Aura en la Obra de Arte y su Relación con el Ritual

Las ideas expuestas en este artículo, han sido desarrolladas a partir de algunos conceptos que Walter Benjamín (Berlín 1892 – Portbou, España 1940) hace en su escrito “La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica” (1936). Este artículo retoma conceptos ya expuestos en artículos anteriores (Tonalidad y el Propósito de la Vida, El Culto a lo efímero y su efecto en el arte) y, por lo tanto, en cierto modo completa un tríptico relacionado con mi manera de entender el arte y su situación actual. Es curioso que en paralelo haya desarrollado un tríptico musical, aunque no haya relación conceptual alguna…

Para quienes conocen la obra de Walter Benjamin, quiero aclarar que este artículo no pretende ser un análisis o una crítica de su escrito. Tampoco, que lo expuesto a continuación pueda entenderse como un desarrollo de las ideas de Benjamin. Al contrario, tomo ideas como el “aura”, pero las desarrollo por un cauce muy diferente, incluso opuesto.

Además del concepto de “aura” y su relación con el “ritual”, otro aspecto del artículo de Benjamin que despertó mi interés fue su descripción de la relación del arte con las masas. Su artículo, escrito en 1936, se apoyó en las características del cine de entonces para describir el fenómeno de transformación del arte. Aunque lo desarrollaré más adelante, no puedo dejar de incorporar ahora esta frase, que resume de manera muy efectiva todo lo que expuse en el El culto a lo efímero y su efecto en el arte:

“Las masas buscan disipación, pero el arte reclama recogimiento”.

Más allá de las diferencias conceptuales, es en sí muy interesante la idea de que una obra de arte tenga un “aura”. Refiriéndose al “aura natural de las cosas”, Benjamin la describe como:

“la manifestación irrepetible de una lejanía (por más cercana que pueda estar). Descansar en un atardecer de verano y seguir con la mirada una cordillera en el horizonte o una rama que arroja su sombra sobre el que reposa, eso es aspirar al aura de estas montañas, de esa rama”.

En el caso de una obra de arte, el aura es una especie de cualidad mágica o energética, que es consustancial con la obra con la que está relacionada y sin la cual no se puede manifestar. Ahora bien, mi concepto del “aura” difiere radicalmente de la de Benjamin. Para él, el aura está relacionada con la unicidad o autenticidad de una obra. Esta condición de unicidad, es lo que Benjamin utiliza como base argumental para explicar por qué a su juicio, la reproducción en masa de una obra de arte atrofia su aura:

“Incluso en la reproducción mejor acabada falta algo: el aquí y ahora de la obra de arte, su existencia irrepetible en el lugar en que se encuentra”.

Sin embargo, creo que el aura de una obra no es inextricable de su original. Su supervivencia a través de las réplicas depende en parte de la calidad de la reproducción, pero también de otros factores como el tipo de relación que se establece entre la obra y quien la percibe. Por distintas razones, Benjamin apunta en una dirección clave para la comprensión de las ideas que voy a exponer:

“Es de decisiva importancia que el modo aurático de existencia de la obra de arte jamás se desligue de la función ritual”.

Pero antes, es necesario desarrollar el concepto de “aura” de una obra de arte. Benjamin apuntó en la dirección correcta al percibir la existencia de una “energía” que emana de una obra de arte. Él atribuyó esa energía a la carga cultural e histórica vinculada a cada original. Incluso los desperfectos que la obra ha sufrido a lo largo de los siglos, según él, forman parte de su aura. Es lógico por lo tanto que Benjamin considere que la reproducción tritura el aura porque hay aspectos de la obra original que sencillamente no se pueden reproducir.

Como he mencionado en artículos anteriores, considero que “arte es comunicación”. Una obra de arte cobra vida en el momento en el que se produce una comunicación entre la obra y quien la percibe. Esta comunicación se refleja en el impacto que la obra tiene sobre su receptor. La obra de arte cobra vida durante el tiempo en el que este fenómeno se está produciendo. El resto del tiempo, la obra está en un período de letargo. Tiene el potencial de convertirse en arte en cualquier momento.

Para mí, este potencial es el aura de la obra. Cuando se produce la conexión entre la obra y el receptor, se produce un movimiento aurático; es decir, la energía potencial del aura se convierte en “aura cinética”, transportando los componentes de la obra capaces de despertar en el receptor infinidad de sentimientos, sensaciones, goce racional/subjetivo, etc.

Esta energía potencial tiene distintas gradaciones; es decir, el aura de algunas obras es más intensa que la de otras. Las obras maestras contienen un aura poderosa, mientras que otras obras, aun siendo artísticas por su capacidad de transmitir, tienen un aura débil capaz de despertar sólo una fracción de lo que una obra “mayor” es capaz de producir.

El artista imprime el aura a su obra durante el proceso de creación. Es allí donde reside el alma de la obra; el aura es capaz de tocar nuestra alma y de allí se deriva su poder, su capacidad única para conmovernos de formas que no somos capaces de describir racionalmente. Esto es para mí lo más misterioso y sobrecogedor de todo el fenómeno de creación artística.

Ahora bien, hay que diferenciar claramente los conceptos de “aura potencial” y “aura cinética”. El aura potencial no varía; está vinculada a la obra de arte y existe con independencia de que sea activada o no. Por otro lado, la intensidad del aura cinética depende de muchos factores. Una obra puede tener un aura potencial enorme; y sin embargo al producirse la comunicación con el receptor puede generarse un aura cinética insignificante; incapaz de producir un efecto sustancial en el receptor.

Voy a ilustrar esto con un ejemplo sencillo. Supongamos que estás en un centro comercial lleno de gente, con reguetón a todo volumen por los altavoces. En sentido contrario, viene caminando hacia ti una persona con una reproducción impecable de la “Mona Lisa” en su camiseta. Nunca antes habías visto esa imagen. Lo más probable es que no despierte sensación alguna en ti. Benjamin diría que ese es un ejemplo perfecto de cómo la reproducción en masa destruye el aura de las obras. Sin embargo, si tomamos la imagen de esa camiseta, (siempre bajo el supuesto teórico de que la reproducción sea de altísima calidad), la llevamos a una habitación, la extendemos sobre una superficie plana, la colgamos y creamos un entorno propicio para su contemplación con una luz apropiada, probablemente se producirá una comunicación artística muy efectiva.

Vemos por lo tanto, que la efectividad del fenómeno de comunicación artística; es decir, la “intensidad” del “aura cinética”, depende de factores que no son intrínsecos a la obra original. La “Mona Lisa” es “en esencia” la misma en la camiseta o su original en el Louvre. Si pudiéramos sacar el original del Louvre para colocarlo en un entorno inapropiado, del mismo modo la intensidad de su aura cinética se vería seriamente mermada.

La efectividad con la que se transforma el aura potencial de una obra, depende de distintos factores. En el caso de tratarse de una reproducción, por supuesto la calidad de la misma es determinante. Una mala reproducción, pixelada, de la Mona Lisa, será incapaz de generar una reacción importante en sus espectadores, aunque la coloquemos en el entorno más propicio para ello. Otro factor clave, es la disposición del receptor. Benjamin acierta de lleno cuando dice que “el arte reclama recogimiento”. Y es aquí donde cobra protagonismo el “ritual”.

Benjamin vincula el aura con el ritual y a este con la tradición y la cultura. Esta es una observación muy acertada:

“La unicidad de la obra de arte se identifica con su ensamblamiento en el contexto de la tradición. Esa tradición es desde luego algo muy vivo, algo extraordinariamente cambiante. Una estatua antigua de Venus, por ejemplo, estaba en un contexto tradicional entre los griegos, que hacían de ella objeto de culto, y en otro entre los clérigos medievales que la miraban como un ídolo maléfico. Pero a unos y a otros se les enfrentaba de igual modo su unicidad, o dicho con otro término: su aura. La índole original del ensamblamiento de la obra de arte en el contexto de la tradición encontró su expresión en el culto. Las obras artísticas más antiguas sabemos que surgieron al servicio de un ritual primero mágico, luego religioso. Es de decisiva importancia que el modo aurático de existencia de la obra de arte jamás se desligue de la función ritual. Con otras palabras: el valor único de la auténtica obra artística se funda en el ritual en el que tuvo su primer y original valor útil. Dicha fundamentación estará todo lo mediada que se quiera, pero incluso en las formas más profanas del servicio a la belleza resulta perceptible en cuanto ritual secularizado”.

Vemos que Benjamin insiste en su idea de atribuir el aura sólo a la unicidad que lleva implícita la obra de arte original. Siguiendo mi hilo argumental, podemos seguir atribuyendo una potencia áurica tanto al original como a sus reproducciones (de calidad) y podemos extrapolar lo que Benjamin dice acerca de la importancia del ritual. Con todo respeto, voy a transformar su frase:

“el valor único de la auténtica obra artística se funda en el ritual en el que tuvo su primer y original valor útil.”

por

“la capacidad de comunicación de una obra artística depende de la disposición del receptor y de las condiciones bajo las cuales esta comunicación se produce”.

Ilustremos la importancia del ritual, examinando el fenómeno actual de resurgimiento del vinilo. Para muchas personas este resurgimiento resulta incomprensible. Más aún cuando se trata de grabaciones modernas, que nacen ya en un entorno digital. Por lo tanto, su migración a un entorno analógico no puede en ningún caso suponer un cambio importante en las características de su audio.

Aun así, la compra de vinilos sigue aumentando, tanto las reediciones de obras originalmente grabadas de forma analógica como las totalmente digitales. La explicación a este fenómeno puede encontrarse en el ritual. El disfrute de una grabación en vinilo, supone una disposición totalmente distinta por parte del oyente. Este medio favorece la escucha en un entorno de recogimiento, y si la disposición del oyente es correcta; es decir, no pone el vinilo como música de fondo sino que se sienta a escuchar la música mientras examina la portada, se introduce en las imágenes, lee con atención las letras, etc. se dan las condiciones idóneas para la máxima transmisión del aura cinética. El oyente es capaz de asimilar la totalidad del aura de la obra, toda su potencia aurática. Para este oyente, la experiencia es totalmente distinta, mucho más intensa, que cuando escucha una versión digital de la obra. Muchos concluyen que la diferencia radica en que hay “algo” en el entorno analógico que transforma la obra. Pero en realidad, en la mayoría de los casos lo que sucede es que cuando este oyente escucha la versión digital, lo hace igual que la mayoría: usando unos cascos en un autobús o en el reproductor del coche. Muchos no son conscientes de que la clave radica en el ritual, no en las características del audio.

Con esto no quiero decir que no se pueda producir una comunicación efectiva cuando lo que se escucha es un CD o la versión digital. Pero es mucho menos probable que se den las condiciones adecuadas para una comunicación tan efectiva. Escuchamos las versiones digitales mientras vamos de un sitio a otro, o como fondo a otras actividades. Es cierto que muchas personas disfrutan del CD de una forma muy similar a quienes coleccionan vinilos, pero hay una diferencia sutil: el que escucha el CD en un entorno de recogimiento lo hace porque quiere. El que escucha un vinilo en ese entorno lo hace porque tiene que hacerlo. No puedes escuchar un vinilo en un autobús, y ese es precisamente su mayor atractivo.

De lo anteriormente expuesto se deduce la importancia del ritual. Pero yo estoy desvinculando el ritual de su carga cultural, mágica, religiosa o histórica. Para mí el ritual, en cuanto a su relación con el arte, no es más que un conjunto de características (procedimientos y entorno) que coloca al receptor en una situación de recogimiento adecuada, para tener la mejor disposición posible al efectuar el acto de comunión con la obra artística.

Quiero hacer énfasis en las palabras “disposición”, “comunión” y “recogimiento”. Porque estas palabras resumen bien los aspectos humanos que se han ido disolviendo en la “sociedad del entretenimiento” al que hice referencia en mi artículo El Culto a lo efímero y su efecto en el arte. Benjamin dice:

“Para una burguesía degenerada el recogimiento se convirtió en una escuela de conducta asocial y a él se enfrenta ahora la distracción como una variedad de comportamiento social”

No puedo profundizar demasiado sin convertir este artículo en un análisis de las ideas de Benjamin, pero en esencia para él la “politización del arte” está muy vinculada con su visión marxista de la sociedad, en la que lo importante es lo cotidiano, el día a día de la masa proletaria. Para él, la destrucción del aura es positiva porque su destrucción permite desvincular el arte de su contexto cultural y tradicional; convirtiendo el arte en algo que puede ser reutilizado, desarmado, recompuesto, recombinado de forma rizomática.

Resulta evidente que para mí, esta manipulación del arte es poco menos que una herejía. Pero fiel a mi determinación de no entrar en disquisiciones políticas, voy a limitarme a resaltar que Benjamin, ya en 1936, fue capaz de percibir la profunda transformación cultural que estaba a punto de producirse a gran escala con la masificación que medio siglo después fue impulsada asintóticamente por Internet:

La “distracción” (o entretenimiento) como una variedad de comportamiento social.

Hoy en día podemos decir que el entretenimiento se ha convertido en una pauta de comportamiento que será considerada como una de las señas de identidad más importantes de la sociedad de finales del XX y principios del XXI.

Vemos pues, que la manifestación del fenómeno artístico depende de la intensidad de su aura y la disposición del receptor. El ritual crea un entorno apropiado para la disposición del receptor, pero en última instancia, la actitud del receptor es determinante. Porque, aun siguiendo fielmente un ritual y teniendo el entorno perfecto, si el receptor no tiene la disposición adecuada, la intensidad de la manifestación artística se resiente. Ahora podemos entender la relevancia de la cita de Benjamin que incorporé al principio del artículo:

“Las masas buscan disipación, pero el arte reclama recogimiento”.

Esto refuerza los argumentos expuestos en El culto a lo efímero y su efecto en el arte donde hablo de la necesidad de ser más selectivos y no caer en la tentación de ser consumidores de arte masivos. Porque no podemos ser consumidores de arte masivos. Podemos ser oyentes masivos de música, pero con una intensidad débil en cuanto al aura cinética y por lo tanto, una tenue manifestación del fenómeno artístico tal y como lo entiendo. Es probable que, si pudiéramos formularlo matemáticamente, la intensidad del fenómeno artístico resultante de escuchar y asimilar adecuadamente una pequeña selección de obras, sería mayor que la de “escuchar por encima” una gran cantidad de obras. Por “escuchar por encima” no me refiero a escuchar brevemente fragmentos de un álbum. Para mí, escuchar un álbum un par de veces, o quizás más veces mientras se está atendiendo a otras cosas, sigue siendo “escuchar por encima”. Escuchar, digamos, 5 álbumes distintos en un día, no puede producir una comunicación efectiva salvo que ya estemos totalmente familiarizados con cada obra y podamos disponer del tiempo suficiente para poner toda nuestra atención en cada escucha.

Insisto en la necesidad de ser más selectivos. No pretender escuchar todo lo que aparece en el mercado, sino centrar nuestra atención en un número reducido de obras cuyo estilo o autoría sean más afines a nuestros gustos estéticos. Por supuesto, esto no implica estar abierto a otros tipos de música, pero siempre manteniendo la máxima de “menos es más”.

Una observación final

Una buena amiga estaba revisando el borrador de este artículo antes de su publicación, y casualmente vio este interesante vídeo. El Washington Post decidió hacer un experimento y colocó al famoso violinista Joshua Bell, con su violín de $3.5 millones, en una estación de metro en plena hora punta por la mañana. Observa lo que pasó:

Las conclusión del estudio se centró en debates acerca de si existe o no la belleza, el enfoque superficial de la vida actual, esta “carrera de ratas” (rat race) (muy en la línea de mi artículo El Culto a lo Efímero y su Efecto en el Arte), la actitud esnobista hacia la música clásica, etc. Sin embargo, otra explicación podría ser que no se dieron las condiciones adecuadas para una transformación efectiva de aura potencial en aura cinética. Creo que si pudiéramos reunir a las mismas 1100 persona en un entorno apropiado (por ejemplo, una hermosa catedral con una acústica excelente) y Bell tocara exactamente la misma música, un porcentaje mucho mayor se habría conmovido por el arte de Bach; incluso si el concierto fuese gratuito y nadie conociera la identidad del violinista. Lo que sucedió en el metro, es que apenas hubo un fenómeno de manifestación artística, a pesar del enorme aura potencial de la obra.

Vamos a modificar la escena: Bell no es un violinista sino un excelente álbum de art rock, clamando la atención de los aficionados. Pero ellos pasan de largo mientras piensan: “Yo no puedo invertir tanto tiempo en ti, hay tanta nueva música que tengo que escuchar…”

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2 comentario(s) en “El Aura en la Obra de Arte y su Relación con el Ritual”

  1. marco.cayuso@gmail.com dice:

    Totalmente de acuerdo contigo en que la única manera de que esa energía potencial de la obra musical llegue a destino es mediante una buena disposición del oyente. Por supuesto es vital que la reproducción sea de la mayor calidad posible, pero la clave de que la música conmueva reside en que el oyente esté abierto y deseoso de recibirla, con su atención volcada a ella… Y aunque ciertos medios de reproducción pueden ser más propensos al recogimiento (como lo que mencionas con los discos de vinilo) para mí definitivamente lo determinante será la actitud con que uno escuche la música. De hecho, y aunque puedo apreciar y disfrutar mucho la experiencia de reproducir un buen disco en un sofisticado equipo de sonido, también puedo decir sin ninguna duda que muchas piezas me han llegado al alma aun escuchándolas en condiciones técnicas deficientes, como por ejemplo oyendo un mp3 a través de unos audífonos pequeños… De una u otra manera, lo importante será que estemos deseosos de tener esa experiencia «ritual», con verdadera devoción a la música… ¡Bravo por otro gran artículo!

    1. Phaedrus dice:

      Así es. El ritual no es más que un entorno que facilita la predisposición a tener la actitud adecuada; pero como bien dices, la clave es la actitud. Aunque estés en el mejor entorno posible y sigas fielmente un ritual determinado, si no tienes la disposición correcta no se producirá de manera efectiva el fenómeno de comunicación artística.

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